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Carencias y promesas incumplidas de nuestras democracias


¡Feliz Día Internacional de la Democracia! No es una frase tan impactante como el "Viva al Rey" pero hoy será repetida alguna vez por quienes supuestamente nos representan políticamente. Posiblemente, alabando todas sus bondades, en frases hechas y vacías de significado que contribuyen a debilitar, todavía más (¿quién dice que no es realmente el objetivo de los grupos conservadores?), un modelo que está haciendo aguas. Podemos encontrar varios ejemplos: el crecimiento de las desigualdades económicas; el ejercicio incompleto de ciertos sectores de la ciudadanía; la exclusión directa de otros de este derecho; el creciente discurso xenófobo que se está interiorizando en capas sociales e institucionales, las distintas formas de violencia contra colectivos vulnerables... Y un largo etcétera.
        

Ningún movimiento como el feminismo (o, más exactamente, los feminismos) ha cuestionado la democracia y la ha dotado de herramientas de identificación y superación de sus carencias. Como dice Nancy Fraser, en las sociedades del capitalismo tardío, que han desarrollado un marco normativo aparentemente igualitario y multicultural, se mantienen "estratificadas, diferenciadas en grupos sociales con distintos estatus, poder y acceso a recursos, atravesadas por ejes de desigualdad dominantes por razones de clase, sexo, raza, etnia y edad" (2015: 81).

 

En lo que respecta al género, resulta muy explicativa la noción de contrato sexual de Carole Pateman (1995) que desmitifica el contractualismo liberal en el que asientan sus bases los modelos democráticos occidentales. Un momento en el que los hombres (los hombres blancos, heterosexuales,...) legitiman su monopolio de la vida pública, de lo productivo y lo racional y las mujeres se convierten en el sustento invisible del sistema, proporcionando cuidados altruistas y placer a quienes ostentan el poder. En otras palabras, el ADN de la democracia está formado por la opresión devenida de binarismo jerárquico entre géneros.

 

Somos las otras del contrato social, pero no estamos solas. Nos acompañan todas las alteridades que no encajan con el individuo dominante que ha conseguido disfrazar de neutralidad, imparcialidad y universalidad sus necesidades. Resultan muy útiles las palabras de Amaia Pérez-Orozco (2006: 32-33) que habla de la imposición de unos patrones espaciales, formales y temporales que encarnan "la normatividad y la normalidad, frente al opuesto que encarna la desviación [...] Se afirma así un sistema basado en la dominación de lo diferente". Y lo diferente, añade, son quienes no se definen (y no son percibidos) como "hombre blanco, burgués, heterosexual, sin discapacidades, etc. [...] con respecto al cual el resto de grupos sociales se han desviado".

 

A este respecto, son muy interesantes los planteamientos de Iris Marion Young (2000) que nos dice que la no pertenencia al grupo social dominante justifica distintas formas de opresión hacia aquellos definidos como alteridad. Esta teórica política estadounidense identificó cinco formas de opresión a las que los colectivos considerados otros son sometidos en algunas de sus facetas: explotación, marginación, carencia de poder, imperialismo cultural y violencia (Young, 2000). Cinco categorías que sintetizan la división sexual del trabajo, acompañada de la desvalorización de los cuidados y las esferas de la reproducción de la vida; la exclusión social, no sólo en términos de negación de bienestar, sino de no concienciación de ser sujetos de derechos; la falta de autonomía y participación en espacios públicos; la ausencia de autoridad, impermeabilidad a sus demandas y silenciamiento de sus voces; la invisibilidad y estereotipación ‑muchas veces interiorizadas‑, y el acoso, los ataques, humillaciones y otras agresiones físicas.

 

Así, encaminarnos a la justicia social, como ha planteado otra de las autoras referentes a este respecto, es atender de forma integal, a la redistribución de lo material, al reconocimiento en lo cultural y social y a la representación en lo político. Es decir, asegurar el bienestar de las personas; garantizar la presencia de los colectivos en situación de opresión, legitimar las voces otras o evitar la reproducción de estereotipos, objetivaciones y la deshumanización de las alteridades, entre otras muchas estrategias.

 

Todos ellos pasos necesarios porque, hasta el momento, las democracias occidentales han demostrado ser incapaces de satisfacer las promesas de igualdad. Las distintas formas de dominación que se siguen reproduciendo en todas las esferas de la sociedad son expresión de sus carencias. En este sentido, solo una mirada crítica puede contribuir a cuestionarnos nuestros contextos y generar estrategias para crear sociedades más justas e inclusivas. No es tiempo de ser complaciente y de conformarnos con esas posturas que bloquean y deslegitiman cualquier cuestionamiento para mantener sus privilegios en este modelo democrático imperfecto y deficiente.

 

 

 

 

* Fraser, Nancy (2015): Fortunas del Feminismo. Madrid: Traficantes de Sueños.

** Pateman, Carole (1995): El contrato sexual. Barcelona: Editorial Anthropos.

*** Pérez Orozco, Amaia (2006a): Perspectivas Feministas en torno a la Economía: el caso de los cuidados. Madrid: Consejo Económico y Social.

**** Young, Iris Marion (2000): La justicia y la política de la diferencia. Madrid: Ediciones Cátedra.

 

 

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