¿Quiénes mejor que las personas que habitan un determinado territorio (calle, barrio, municipio…) para identificar y actuar sobre sus necesidades? Este es justamente el punto de partida del desarrollo comunitario: la generación de procesos de mejora de condiciones de vida y transformación social apegados al terreno.

     Para ello, suele ser fundamental establecer canales de comunicación y colaboración con las instituciones (especialmente las locales) y articular estructuras de interacción y cooperación entre los agentes que conforman un determinado espacio. Esto es, agentes técnicos, entidades sociales y la propia comunidad. Porque el desarrollo comunitario enfatiza justamente el papel de esta última: se trata de intervenir sobre la realidad de la comunidad desde la propia comunidad.

     Quienes habitan los territorios se convierten, así, en protagonistas de la definición de sus futuros, movilizando las capacidades y recursos con los que cuentan. Pero no podemos olvidar que, en muchas ocasiones, la llamada a la intervención solo llega a aquellas personas que se parecen más a nosotras y comparten nuestros intereses. De manera que, para intentar no seguir reproduciendo olvidos sobre ciertos perfiles, es importante incorporar una perspectiva interseccional que ayude a atraer a esos colectivos ausentes, tradicionalmente excluidos de los procesos de desarrollo comunitario.

Trabajamos en clave de desarrollo comunitario diversos proyectos como 🔗Esku Argi, una herramienta para el desarrollo comunitario inclusivo desde la Economía Social y Solidaria,  🔗Gure txutxu-mutxuak, un diseño para crear un mosaico de historias a nivel local, así como Atalaya de la Soledad / Bakardadearen Talaia. I Plan de Acción para la detención de la soledad no deseada entre personas mayores (Zumarraga, 2020).