Últimamente, he estado pensando mucho en el envejecimiento. Una de las razones parece obvia: las manifestaciones de mayores y pensionistas en los últimos tiempos ha sido motivo de orgullo. En Bilbao hemos asistido a unas movilizaciones históricas que llevaron a la calle a más de 100.000 personas, recuperando lemas que todavía hoy siguen vigentes pero a veces olvidamos, como "el pueblo unido, jamás será vencido". Consignas que no han perdido su potencial emotivo y transformador a pesar de ser un clásico.
Así, el ya conocido como 15M de lxs jubiladxs está dignificando la edad. En esta exaltación de la productividad derivada de un capitalismo patriarcal el edadismo es uno de los sistemas de discriminación más potentes que operan en nuestro entorno: una exaltación constante de la juventud eterna. Fuera arrugas, canas y batallitas que entorpecen el ritmo rápido de nuestras sociedades. Sin embargo, tanto este movimiento como un incremento de estrategias colaborativas y emancipatorias para un envejecimiento activo confrontan el estereotipo de sujeto pasivo, concebido únicamente como fuente de votos, reivindicándose como agentes de cambio de sus y nuestras realidades. Gracias por el recordatorio.
Imágenes de la manifestación por las pensiones dignas celebrada en Bilbao el pasado 17 de marzo de 2018
Pero además de la indignación y la frustración entre quienes encarnan la supervivencia histórica a entornos cada vez más hostiles, estas movilizaciones nos hablan también de un problema fundamental que, como sociedad, no queremos mirar de frente: la crisis de los cuidados. Muchos hombres han ocupado las calles, pero se han escuchado especialmente los gritos de mujeres en las que se ceba todavía más la precariedad. Mujeres que se han dedicado toda la vida a trabajar, a sostener familias y comunidades, y que tienen que agradecer la concesión de una pensión mínima. E insisto en la palabra conceder, porque en los imaginarios está cada vez más presente el discurso del asistencialismo y menos el de los derechos. Necesitamos repolitizar los cuidados.
A este respecto, los feminismos han venido visibilizando la interdependencia y ecodependencia de las personas y han criticado el mito de la autosuficiencia y la autonomía procedente de la alianza entre capitalismo y patriarcado. Ya hemos hablado en varias ocasiones de esa estructura en forma de iceberg que invisibiliza todas las aportaciones que permiten sostener la vida, imprescindibles para nuestra existencia. Y que, paradójicamente, permanecen ‑o las mantienen‑ bajo el agua. Las relaciones sociales son parte de las necesidades básicas de todo ser humano. Recuperamos, una vez más, la frase de Mary Mellor (2007: 42), que explica perfectamente el falso ídolo en el que se ha convertido la figura del champiñón:
"En la construcción del "hombre económico" algo queda excluido: la parte natural de la existencia, la expresión carnal de su humanidad en sus necesidades biológicas y su arraigo ecosistémico. La economía sólo quiere al "hombre" cuando éste está en forma, maduro, pero no viejo, capaz de moverse y sin demandas extrañas. La economía no necesita su infancia, sus enfermedades, su hambre, su necesidad de descanso y sueño, sus prendas sucias, sus preocupaciones, el cuidado de sus hijos, sus envejecimientos, sus responsabilidades. Obviamente, en estos casos el hombre también puede ser mujer [el género del hombre económico no es una división biológica absoluta]".
Es muy importante recordar esta frase y poner en el centro la sostenibilidad de la vida. Repolitizar el hecho de que cada vez son más las personas, especialmente
mujeres, quienes están soportando en soledad el paso del tiempo y el progresivo deterioro de la salud. Situaciones que, como suelen permanecer en el interior de las casas, no queremos afrontar.
Problemas que se presentan como privados e íntimos de cada familia, mientras vemos ‑o no, porque las puertas siguen cerradas‑ como se deja morir a personas que se han convertido en una carga en
nuestro día a día. Porque nuestra sociedad es cada vez más vieja y tiene, todavía, pocas respuestas colectivas para afrontar este cambio poblacional (a este respecto, es muy interesante el
trabajo elaborado por Irati Mogollón García y Ana Fernández Cubero, financiado por Emakunde: Arquitecturas del cuidado. Viviendas colaborativas para personas mayores, 2016. Disponible
en:
www.emakunde.euskadi.eus/contenidos/.../beca.2015.1.arquitecturas.del.cuidado.pdf)
Tradicionalmente, las mujeres son las que han sostenido (y sostienen) los cuidados,, desde la invisibilidad. Imagen libre obtenida de la plataforma: https://es.pngtree.com/
Mi madre siempre me dice que todo el mundo está dispuesto a cambiar los pañales de bebés, pero son pocas las personas dispuestas a hacerlo cuando los culos son de vieja. Quiero rescatar esta frase porque desvela su consciencia acerca de que no va a tener contrapartida a los cuidados que nos ha proporcionado. Al menos, si reaccionamos de forma individual. Hasta ahora, y especialmente en estados de bienestar precarios como el español, hemos cargado los cuidados en las espaldas de las amas de casa que sostenían desde las sombras a la figura del ganador de pan. Sin reconocimiento, con un trabajo 24x7 y que mimetiza su dinero y su tiempo con el familiar (si pienso en mi madre, ¿dónde empezaba uno y acababa el otro cuando hasta de "vacaciones" se llevaba el delantal?).
Si bien nuestras sociedades siguen construidas sobre la noción de altruismo de las mujeres, los cambios sociales experimentados en los últimos tiempos evidencian las carencias de un sistema insostenible en términos vitales. Ante estas fracturas, las soluciones no pueden ser particulares. Y es que estas respuestas privadas solo derivan en otras formas de discriminación, sean racistas a través de las cadenas globales de cuidados explotando a mujeres migrantes; clasistas, en formato de espacios dignos para quienes pueden pagarlos; o machistas, precarizando las vidas y cuatriplicando las jornadas femeninas. Las respuestas pasan por alternativas políticas que asuman que todxs y cada unx de nosotrxs necesitamos y necesitaremos ser cuidadxs. Es decir, un modelo de cuidados universal que ofrezca respuestas colectivas a un problema colectivo. Y, hablando de memoria histórica, que reconozca y recupere las genealogías de esas mujeres anónimas sobre las que hemos construido nuestras existencias.